Mientras que humanizamos a nuestras mascotas, nos
deshumanizamos a nosotros mismos. Las cosas nunca son lo que parecen, así como evitamos
parecer lo que realmente somos.
Que un hombre hecho y derecho exprese su sensibilidad, para
algunos puede parecer que pierde hombría.
¡Los hombres no lloran! Eso era lo que recuerdo que me
decían desde mi más dura infancia (no uso el tópico de “tierna infancia”,
porque no lo fue).
Pero yo lloro... ¡y mucho! Y soy un hombre.
Lloro cuando veo esas horribles y crueles imágenes de niños
desnutridos, al borde de morir de hambre; de esos niños que mueren como
consecuencia de los tan consabidos “daños colaterales” de las guerras
provocadas por intereses espurios, sin darles una sola oportunidad; lloro
cuando veo a ancianos solos, abandonados y desvalidos; lloro de impotencia ante
cualquier acto criminal cometido contra un inocente indefenso. Y ahora, también
lloro por mi querida Lluna, mi niña bonita, mi tigresa, mi gatita de preciosos ojos azules.
Quien no tenga un “animal de compañía” o mascota (que no sé
por qué se intenta buscar un calificativo por no decir que es una parte más de
tu familia), quizás no entienda mi actuación, o simplemente piense que soy otro
más de esos “animalistas” sensibleros.
Pero la realidad, les guste o no, es que no se trata de una
simple mascota, es mucho más. Es una extensión de ti mismo, es ese amigo al que
le puedes confesar lo que a nadie más dirías; es quien te da siempre la
bienvenida cuando llegas a casa, quien te saluda por las mañanas cuando te
levantas, quien te acompaña en el desayuno, en la comida y en la cena, es quien
se acuesta a tu lado en las noches frías, para darnos calor mutuamente, es quien
te esconde los calcetines y te los trae al cabo de tres días, cuando ya no los
buscas; es quien te caza una bolsa de chuches o de caramelos, y te las trae
toda orgullosa por haberlos “cazado” para ti...
Y ahora ya no está... ya no la volveré a oír maullar más...
avisándome que ha cazado algo para mí... ya no me encontraré todo un reguero de
calcetines por el suelo, indicándome el camino a seguir hasta la “presa” (los
caramelos de colores, que tanto le gustaba cazar).
Se fue hace dos días, el día de San Valentín, el día del
amor.... dicen...
Quería haberle escrito antes, pero no podía... Aún sigo
llorando, llevo tres días sin poder dejar de llorar. ¡Y ni siquiera sé a quién
echar la culpa!
Sólo me queda seguir recordándola tal como cuando era feliz,
y desear que si existe un cielo de “mascotas”, cuando me muera me dejen estar
con ellas, porque nuestras mascotas, nuestros animales de compañía, son mucho
más que eso, son una parte de nosotros, como lo son nuestros hijos, pero además son fieles y nobles. Por eso
ahora estoy de duelo.
Tus “hermanos” el Nene y Maya notan su ausencia, y también
te echan mucho de menos. El Nene, el gatito blanco, ahora hace lo que hacías
tú, y viene a saludar por las mañanas como si fueses tú, la perrita Maya se
sube a las rodillas tal como tú hacías... Y aunque entre todos intentamos llenar ese vacío
que nos has dejado, nunca se podrá llenar, porque tú Lluna, has sido mucho más
que una mascota.
Mi querida Lluna, nos has dado mucho más de lo que nosotros
te hayamos podido dar a ti. Nunca te podremos olvidar, porque siempre vas a seguir
viva en nuestros corazones, como una parte más de nuestra familia que has sido, eres y serás.
16 de febrero 2017
José Luis Giménez
Un animal de compañia el mucho mas y lo que ellos nos dan es puro amor y además desinteresado, la perdida de mi gato "Ninu y el amor que me dió es insustituible"
ResponderEliminarMuchas gracias estimada Conxita
ResponderEliminarUn abrazo